Un mundo que agoniza
Todos estamos de acuerdo en que la ciencia aplicada a la tecnología ha cambiado, o seguramente sería mejor decir revolucionado, la vida moderna. En pocos años se ha demostrado que el ingenio del hombre, como sus necesidades, no tienen límites.
El espíritu de invención y el refinamiento de lo inventado arrumban objetos que hace apenas unos años nos parecían insuperables. En la actualidad disponemos de cosas que no ya nuestros abuelos, sino nuestros padres hace apenas cinco lustros hubieran podido imaginar. El cerebro humano camina muy deprisa en el conocimiento del entorno. El control de las leyes de la física ha hecho posible un viejo sueño de la humanidad: someter a la naturaleza.
No obstante, todo progreso, todo impulso hacia delante comporta un retroceso, un paso atrás, [como el culatazo de una escopeta al dispararla]. Y la física nos dice, que este culatazo es tanto mayor cuanto mayor sea el lanzamiento. [...]
Pongamos por caso las conquistas técnicas encaminadas a satisfacer los viejos anhelos del hombre de desplazarse: automóviles, aviones, cohetes interplanetarios. Tales invenciones aportan, sin duda, ventajas al dotar al hombre de un tiempo y una capacidad de maniobra impensables en su condición de bípedo, pero, ¿desconocemos acaso que un aparato supersónico que se desplaza de París a Nueva York consume durante las seis horas de vuelo una cantidad de oxígeno aproximada a la que, durante el mismo tiempo, necesitarían 25.000 personas para respirar?
Miguel Delibes
Un mundo que agoniza
Del discurso de entrada en la RAE
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